UNA SUERTE DE PRESAGIO

Escuchar su llanto a través de la puerta me heló la sangre. Me detuvo en seco al borde de la escalera y estuvo a punto de obligarme a rehacer mis pasos hacia el interior de la habitación en la que apenas hace unos segundos nos dedicamos la más triste de las sonrisas. Aprendimos a jugar a la desesperanza y a vernos el uno al otro como un premio inmerecido, como un tesoro escondido en una isla hace tiempo sumergida, como a través de un filtro de utopía imposible de franquear y ahora no sabemos qué hacer con el deseo de que todo sea distinto porque no somos capaces de reprocharnos por querer ser quienes queremos ser ni por cargar con el peso de nuestras propias historias y todo esto se convierte en una suerte de presagio agridulce que nos condena a sabernos amados en la distancia y nada más.

Aprieto los puños y reanudo el descenso sintiendo que me desarmo con cada paso y que mis escombros dejan un rastro infame en el suelo. Mañana usted pasará sobre ellos como si no estuvieran y esperará a que yo mismo los recoja cuando me atreva a salir de mi escondite. No deja de asombrarme, mientras avanzo hacia la salida, el poder que han adquirido nuestros pequeños gestos, lo profundos y complejos que se han vuelto nuestros símbolos y lo frágiles que terminamos siendo ante ellos cuando ya no es posible camuflar las grietas de nuestras armaduras, magulladas y oxidadas luego de un centenar de batallas. Ya no podemos mirarnos sin sospechar un secreto, ni dar un beso sin pensar en cuantos nos quedan, ni dejar de recorrer nuestras pieles como si fuéramos fantasmas. De pronto nuestros silencios ya no son cómplices sino rivales, enredados en un duelo constante a ver cual de los dos proyecta más sombra.

Al salir, la noche me recibe con su aliento frío y mis pasos hacen eco en la calle casi desierta. El carro que me espera se me antoja fúnebre y el sueño, en su momento, corto e intranquilo. Al cerrar los ojos me veo de nuevo reflejado en los suyos, que me miran con una ternura endurecida, como intentando esconder una ira indomable mientras convierte las palabras reprimidas en lágrimas. Me encuentro de nuevo frente a ellos sintiéndome más desnudo que nunca e intuyendo en su brillo, atenuado por el llanto, un amor y un dolor que crecen a la par y se desbordan al tiempo. Y de pronto su desnudes deja de ser oasis y se convierte en muralla; y sus manos me buscan con caricias resignadas y ausentes y no sé si quema más su tacto, su mirada o el silencio que lo cubre todo; su boca se cierra en esa sonrisa triste y todas las palabras se atoran y mueren tras sus labios sellados y yo vuelvo a sentirme como veneno de acción lenta y entiendo que mi aspecto no es muy diferente del suyo, que también estoy roto por dentro y que tampoco sé cómo lidiar conmigo ni con esta incertidumbre. Al final, con todas las dudas acentuadas y con todo el futuro nublado, prefiero batirme en retirada porque sé que en noches como esta me salen espinas y porque usted y yo tenemos la extraña costumbre de ser espejos.

Péndulo

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